domingo, 22 de mayo de 2011

13 ESCALONES

Muchos son los que creen que el número 13 da mala suerte, pero para mí ése es el número que me llevó al cielo.

Nací el 13 de Marzo de 1987, desde ese día hasta mis ahora 23 años la mala suerte de este número me ha estado persiguiendo durante toda mi vida. Al principio me decía: ― ¡ sólo ha sido una coincidencia, un número no puede traer mala suerte!

Pero todos los años fueron transcurriendo iguales, año tras año todos mis deseos se vieron frustrados, todos mis planes rotos, mis relaciones…, para qué mentir, nunca he tenido una; en resumen, mi vida no se puede calificar como buena, ni siquiera como media, sólo se la puede definir de fatídica. Si no os lo creéis os lo voy a demostrar:

Cuando tenía dos años me caí de un columpio, con la mala suerte que fui a caer en un rosal. A los cinco años, el día de mi cumpleaños, el niño que me gustaba cogió unas tijeras y me cortó el pelo (al día siguiente tenía que hacer de dama de honor en la boda de mi tía), pero yo, tan inocente y enamorada, le dejé.

A los diez celebré mi cumple, estuve tres horas sentada, esperando paciente a que mis invitados llegaran, pero después de ese tiempo mis padres me hicieron desistir, a todos les ocurrió algo que les impidió ir. A los quince tuve mi primera cita, pero ésta nunca llegó a producirse ya que me caí por la escalera y estuve tres semanas sin poder moverme.

A los dieciocho años tuve mi primer coche, pero al conducirlo por primera vez fui a estrellarlo contra un escaparate y recibí muchos cortes, casualmente esto ocurrió el día de mi cumpleaños.

Actualmente a mis 23 años, espero con miedo el 13 de Marzo de 2011, es decir, el día de mi 24 cumpleaños, temo tanto por mí como por los que me rodean. Mi mejor amiga Andrea me decía:

― No te preocupes Vanesa, no ocurrirá nada. Yo me quedaré contigo todo el día, veremos una peli, e intentaremos ligarnos a algún chico mono en el cine.

Yo le respondí con una mueca, sabía que no debía estar junto Andrea el día de mi cumpleaños, pero no le hice caso a mi intuición, ¡estaba tan sola!

Andrea me aportaba tanto cariño, me hacía reir, habíamos pasado tanto juntas. Yo había estado ahí cuando su novio la dejó y ella estuvo allí cuando yo la necesité. Todo lo que yo quería era tener un cumpleaños normal por una vez en mi vida, sin que nada lo arruinara.

Este año, mi cumpleaños caía en martes, ¡qué suerte! – pensé irónicamente –

Martes trece, ¡va a ser un día perfecto!

Cuando llegamos al cine todo parecía ir genial, mis tacones nuevos no se habían roto, mis vaqueros no se habían rajado, a Andrea no le había pasado nada de camino al cine, todo iba bien; más que bien, todo era perfecto. En la taquilla topé con un muchacho un poco mayor que yo, parecía un modelo, alto, moreno, delgado pero fuerte, con unos ojos grises y una sonrisa encantadoramente blanca, por una vez deseé que mi mala suerte funcionara; que tropezara con algo para que él pudiera salvarme. Compré las entradas mientras Andrea compraba las palomitas y las bebidas.

Tenía un mal presentimiento, pensé que me estaba preocupando demasiado, ya que nada malo había ocurrido todavía.

Entramos en la sala y por un milagro o un acto divino el chico guapo de la taquilla iba a ver la misma película que nosotras, recé para que su asiento estuviera junto al mío, y por una vez mis plegarias fueron escuchadas. Apenas presté atención a la película, creí que por un día la suerte me sonreía, pero qué equivocada estaba. El día fue perfecto, conseguí hablar con Alex, me contó que había decidido venir a vivir a España. Porque tras haber vivido los últimos diez años en Nueva York, donde vivían sus padres, decidió volver al lugar donde había nacido. Sus padres se conocieron y se casaron en España, lo tuvieron aquí y cuando tenía 15 años se mudaron a Nueva York, porque como su padre era estadounidense y su madre española, habían llegado al acuerdo de criar a Alex hasta la adolescencia en España y después trasladarse a América.

Andrea y Vanesa se fueron de fiesta con Alex y uno de sus amigos, se olvidó de sus intuiciones y se dejó llevar, la noche se le hizo corta, al despertar encontró una nota en el bolso, era de Alex, por fin algo le salía bien y a él le había gustado, porque en la nota le pedía volver a salir.

El móvil sonó, era un número oculto, lo cogí y una voz muy seria me informó que llamaban del hospital, Andrea se encontraba en un coma etílico, es verdad que nos habíamos pasado un poco con la bebida pero… No podía creerlo, estaba histérica, escuchaba lo que me decía la enfermera, a la vez que grandes lágrimas resbalaban por mi rostro, y al mismo tiempo me vestía para ir al hospital.

Quince minutos más tarde me encontraba junto a la cama en la que yacía Andrea, no tenía mal aspecto, pero no despertaba. Continué tres días a su lado esperando que despertara, los médicos le habían hecho pruebas y le habían detectado una intolerancia a las bebidas alcohólicas, por ello aunque había bebido poco, fue lo suficiente como para llevarla a este estado.

Esa noche escuché una tos junto a mí, abrí rápidamente los ojos y allí encontré los ojos azules de mi amiga, corrí a avisar a los doctores que le contaron la intolerancia que habían detectado en los análisis. Después del susto todo volvió a la normalidad, mi cita con Alex se aplazó, pero fue perfecta.

Después de seis meses viviendo juntos, una noche Alex comenzó a gritar pensé que sería una pesadilla, pero al ver que no paraba llamé a una ambulancia, le llevaron al hospital y estuvo una semana en observación, donde no se permitían visitas. Tras otra semana de pruebas detectaron que había sido un pequeño infarto y que tenía problemas de corazón. A partir de ese momento todo fue muy borroso para mí, fue un continuo ir y venir del hospital, yo cada día estaba más enamorada y preocupada por él ya que la fatídica fecha se acercaba, tan sólo quedaban dos semanas para mi cumpleaños. La primera semana la pasé junto a la camilla, de Alex quién ya no podía ni hablar, pues lo tenían sedado por los fuertes dolores que padecía. Tras una semana de desesperación, angustia y pena, todo acabó, su dolor cesó y pudo descansar. Pero ahora era yo la que no podía vivir, no sin él. Cada hora que pasaba sin él era eterna, sobre todo sabiendo que no iba a volver, todas las noches deseaba soñar con él, mis deseos no se cumplieron; los días pasaban muy lentos y yo quería acabar con mi vida pero sabía que Alex no lo hubiera querido, él querría que siguiera adelante. El día de mi cumpleaños pasó incluso más lento que los demás, Andrea me trajo una tarta y antes de despedirme de ella e irme a dormir soplé las velas y pedí un deseo con todo mi corazón, poder encontrarme y abrazar de nuevo a Alex. Esa noche tuve un presentimiento; mi deseo se iba a hacer realidad. Soñé que estaba en el cine donde lo conocí, pero con una diferencia, había una escalera y no se alcanzaba a ver su final. Comencé a subir y por extraño que parezca me puse a contar los escalones:

- Uno

- Dos

- Tres

- Cuatro

- Cinco

- Seis

- Siete

- Ocho

- Nueve

- Diez

- Once

- Doce

- ¡Trece!

Había trece escalones y cuando levanté la vista, me encontré rodeada por unos brazos cálidos, era Alex que me abrazaba y besaba, yo lloraba; pero conseguí decirle:

― Mi deseo se ha hecho realidad, estoy soñando contigo.

Entonces él negó con la cabeza, y me dijo:

― No cariño, los dioses han cumplido tu deseo pero la única manera de conseguirlo fue haciendo que murieras.

No me importó demasiado ya que me encontraba junto a él, entre sus brazos, aspirando el perfume que tanto me gustaba y le dije:

― ¡Trece! el número que tanto odié durante toda mi vida y hoy es mi número favorito.

Él me miró, me preguntó por qué y le respondí:

¡Porque trece escalones me han traído hasta ti!

Belén López Jiménez 4º ESO


VIAJE A LA TIERRA

Hoy es 9 de Noviembre. Un día cualquiera en Saturno. Debería presentarme…

Soy Jack Abott, alguien normal y corriente del año 2980. Yo iba montado en mi aerodeslizador magnético (la gravedad de Saturno hace imposible usar coches, las ruedas se pincharían), camino de mi trabajo. Hoy era el gran día, una preciosa nave diseñada por mí iba a explorar el Sistema Solar, como lo llaman los terrícolas. La nave, aunque esté feo que lo diga yo, era espectacular. Por fuera parecía un inmenso disco negro, lleno de la más avanzada tecnología de mi planeta, aunque nadie lo vería, pues incorporaba también los más avanzados sistemas de camuflaje y antirradar. La nave tenía una pequeña cabina de mando, pero iba a ser controlada desde Saturno, nadie iba a ir en su interior. Per mi cara de felicidad se fue al traste cuando lo vi. Un aerodeslizador totalmente negro, con un signo escrito, el signo de la más peligrosa mafia de mi planeta, los “Frilium”. Chocaron contra la pared del laboratorio con tal violencia que la atravesaron, sin parar de disparar sus láseres de mano. Entonces, en un acto reflejo, me lancé al interior de la cabina, pero calculé mal la distancia y me golpeé con el seguro de Despegue. Perdí el conocimiento...

Cuando desperté, encontré relativamente fácil moverme. Era como si alguien hubiera activado el simulador de antigravedad… Entonces, se me ocurrió la idea de haber despegado. Qué absurdo. Activé el visor frontal con un rápido movimiento de tentáculo. Veía cómo me acercaba a Saturno, la película que habíamos preparado para presentar la nave. Pero… eso no era Saturno. No se trataba de una película, la enorme nave se dirigía sin control a aquella enorme canica azul. Pasé a control manual y fijé mis tres ojos en los visores de trayectoria. No podía dar media vuelta. Tendría que aterrizar en aquella extraña esfera azulada. Todo fue bien hasta atravesar la atmósfera. En el preciso momento en que me dí cuenta de que el camuflaje estaba desactivado, dos extrañas naves de cuatro alas con horribles seres de dos ojos y mucho pelo en su interior que me miraban asustados. Antes de que me diera cuenta la nave paró en seco. Todos los objetos sueltos de su interior, incluido yo, nos precipitamos al vacío atravesando el cristal frontal de la nave mientras veía que los seres de dos ojos solo se preocupaban de mantener en el aire la nave con unos extraños rayos.

Pude activar mi paracaídas sónico pronto y salí ileso de la caída, cosa que no se puede decir del resto de cosas que cayeron conmigo. Cuando alcé la vista vi un mar de esos horribles seres de dos ojos. Fue entonces cuando me dí cuenta de que mi paracaídas me ocultaba de su vista. Procuré no acercarme a ellos y más cuando vi lo que llamó mi atención: Un enorme cohete rojo.

Activé mi mochila propulsora, deseoso de salir de allí cuanto antes, en dirección al cohete. Entonces muchos de esos seres me miraron y señalaron mientras ascendía para llegar a la cabina. Entonces, dos de ellos dispararon a mi mochila propulsora, que perdió el control y me envió directo al cohete a tal velocidad que no pude más que cerrar los ojos esperando el golpe…

Cuando los abro, estoy en Saturno, de vuelta en mi laboratorio. Tal vez todo ha sido sólo un horrible sueño. Pero entonces, ¿Cómo aprendí tu idioma?

Daniel Barea Pozo 2º ESO